He tenido muchos compañeros de vestuario, desde quillos redomados hasta pijos de buena cuna, pero, no sé por qué, tengo debilidad por los primeros, la verdad. Me encanta la Universidad de la Calle y todos sus másters. Uno de estos licenciados, Lolo, allá por nuestra época de juveniles, siempre me decía dos frases cuando le reprendía su falta de esfuerzo en los entrenos y en los partidos: "El fútbol es de listos, nene" y "correr es de cobardes". No estoy de acuerdo en la segunda sentencia, puesto que quien no tiene talento tiene piernas (como era mi caso), pero creo que la primera es una verdad inapelable.
Por eso, porque el fútbol es de listos, no puedo entender lo que ha pasado este fin de semana. ¿Cómo es posible que una súper estrella, un megacrack, que se supone curtido en toda clase de partidos; que se supone que ha mamado fútbol de calle desde pequeño, haga el tonto en un momento clave para su equipo?
La rabieta de Ronaldinho, por muchas patadas que le dieran, no tiene ni sentido ni justificación. Revolverte para pegarle una coz a tu rival desde el suelo es una estupidez digna del partido más cutre de la Meiland. Es de tontos. Pero aún es más de tontos tratar de justificar la actitud del brasileño examinando actas y agitando fantasmas de conspiraciones arbitrales, ya sea desde el mismo club como, peor aún, desde los medios de comunicación de la culerada.
Horas más tarde de la exhibición de Ronaldinho, otro gran pensador, Ariza Makukula, calcaba la jugada en el Nàstic-Atlético de Madrid. El congoleño le arreó una doble patada a Gabi cuando el árbitro le había señalado una falta a favor. Lo gracioso del caso es que, igual que el Barça, el Nàstic ha presentado recurso cuando las imágenes cantan a kilómetros, el equipo ya ha descendido y Makukula no es lo que se dice un hombre indispensable en los esquemas de Paco Flores.
Jugamos un par de años juntos, però no recuerdo haber visto correr a Lolo más de lo estrictamente necesario, y siempre en ataque. Como tampoco recuerdo que le expulsaran nunca, ni que nunca se revolviera de inmediato a las patadas que recibía como buen jugador ofensivo que era. Le cogía la matrícula al rival, le estudiaba los movimientos y cuando el árbitro no estaba muy atento, se tomaba su venganza. Y es que el fútbol es de listos.
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