Lo Gafe

Imaginen la escena. Eres el capitán del equipo, has hecho un partidazo, y estás a punto de convertir el penalti decisivo, el que le dará al club la primera Copa de Europa de la historia. Vas confiado. Sabes que no fallarás, que la gloria es tuya. Coges carrerilla, resoplas, oyes el silbato del árbitro, te lanzas a por el balón, engañas con el cuerpo al portero y cuando sabes que en cinco segundos estarás corriendo de alegría... resbalas. Tu chute, sin embargo, se dirige a porteria, con suspense, hasta que se estrella en el palo y sale fuera. Nada. Error. Desgracia que, para colmo, se convierte en tragedia cuando, tres minutos después, el rival es el que está aullando de alegría, tras conquistar la Orejuda.

Me imagino a John Terry en la bañera de su hotel en Moscú, borracho, con la mirada perdida y una Gillette en la mano, dándole vueltas a la jugada y una otra vez, como Jack Torrance en El Resplandor, intentando escribir aquella novela de una sola frase. El capitán del Chelsea sabe que su nombre estará ligado a la desgracia muchos años después de su retirada. Sabe que ha entrado, para siempre, en el Olimpo de los gafes, habitado en su inmensa mayoría, por glorias del mundo del deporte.

El Zeus de este Olimpo no es otro que Carlos Sainz. Sus méritos son de sobra conocidos: es un hombre capaz de atropellar a una oveja en medio de la llanura de Nueva Zelanda; capaz de quedarse tirado a 500 metros de la meta con un Mundial de Rallyes en juego; capaz de presentarse a presidente del Real Madrid y ver cómo Calderón le pasa la mano por la cara con un sistema de voto por correo más que dudoso... por no hablar de su genial incursión en el mundo del Rally Dakar. En su primera participación, iba líder y había ganado cuatro etapas... hasta que chocó contra una roca y perdió más de una hora. Acabó undécimo. En la edición del 2007, partía como favorito al triunfo. La lástima es que las amenazas terroristas acabaron suspendiendo la prueba. Otra vez será. En Sudamérica ya tiemblan.

El mundo del motor, sin embargo, ha dado también grandes mitos del cenicismo. Uno de mis primeros recuerdos de los Mundiales de motociclismo es ver a Carles Cardús perdiendo un campeonato de 250 centímetros cúbicos. Le bastaba acabar la última carrera, en Australia, controlando a John Kocinski, pero se le rompió el cambio de la moto a pocas vueltas para el final. La imagen de Cardús pegándole patadas a su montura se me quedó grabada a fuego. Cuenta la leyenda que acabó organizando conciertos para recaudar dinero y poder seguir corriendo. La música no sería muy buena, porque se retiró a los tres años de aquel incidente.

Otro mito, más reciente, es Sete Gibernau. Lo tenía todo para triunfar. Era de buena familia, tenía una moto inmejorable y el chaval demostraba maneras, pero ni así pudo ganar nada. Se quedó dos veces con el puesto más incómodo, el de subcampeón del Mundo, por detrás del eterno Rossi. Sus piques eran eléctricos, pero una frase de Il Dottore le sentenció: "Mientras yo siga corriendo en Moto GP, Gibernau no volverá a ganar una carrera". Dicho y hecho. Caídas, muchas caídas, pero también episodios como quedarse sin gasolina o despistarse en la última vuelta acabaron con la moral de este apuesto mozo, que, eso sí, podía presumir de bella esposa, Esther Cañadas. Sí, sí, he escrito "podía". ¿No lo sabían? Ella le acaba de dejar.

Pero para acabar, volveremos al fútbol, que nos ha dejado a dos grandes maestros de la tragedia deportiva. El primero es El Mono Montoya, un portero que, él solito, fue capaz de descender consecutivamente a tres equipos de Primera División: Extremadura, Mérida y Tenerife. Sus coloridas camisetas y su aspecto de traficante colombiano de Miami Vice se recuerdan por estas latitudes mucho más que sus supuestas paradas, si es que las hubo. Se retiró a los 42 años y porque se lesionó los ligamentos, que si no...

Y queda mi favorito, Héctor Cúper, un hombre que no ha ganado una final ni jugando a la Play Station. Con el Mallorca, perdió por penalties la Copa del Rey contra el Barça y la Recopa frente al Lazio. Con el Valencia, perfeccionó su método, porque perdió dos finales consecutivas de la Liga de Campeones. Y con el Inter, perdió una Liga en la última jornada. Esta temporada ha conseguido una nueva plusmarca: ha sido despedido de dos equipos en la misma campaña, primero con el Betis, a quien dejó penúltimo, y después con el Parma, que le despidió una semana antes de acabar el Calcio y que ha acabado perdiendo la categoría.

Si yo fuera John Terry, me lo tomaría con filosofía. Después de lo de ayer, ha quedado marcado como una ternera, pero comparado con estos monstruos, aún le queda mucho camino por recorrer.