jueves, 21 de junio de 2007

Goebbels estaría contento





Ya está. Se acabó. La Liga terminó con el desenlace que todos nos esperábamos después del Tamudazo en el Camp Nou. El Madrid, tras tres años de sequía, volvió a la Cibeles convertido en el justo ganador de una competición triste, muy triste. Y digo justo ganador porque al final el que ha conseguido más puntos se merece el triunfo. En el Tour, a nadie le importa qué corredor ha corrido más kilómetros en solitario en la etapa reina. Lo único que queda en la memoria del aficionado es quién llega el primero a la cima del Alpe D'Huez. Al segundo, haber cogido muerte.


En el mes de noviembre, cuando el Madrid visitó el Nou Estadi de Tarragona, pude asistir en directo a una de las innumerables idas de boca de Ramón Calderón. Prometió, como tantas otras veces, títulos a final de temporada. Muchos de los presentes, excepto los cuatro Ochaítas de turno, se mofaban de él casi abiertamente. En aquellos tiempos, era la tónica general, impulsada por "As" y "Marca", que sin que sirviera de precedente, se habían puesto de acuerdo. El entrenador, Fabio Capello, tampoco atravesaba un buen momento. Estaba discutido, aunque un par de meses más tarde, llegaría su momento más complicado. Su famosa Peineta daría la vuelta al mundo.


Pero, de repente, algo hizo "click" en el madridismo. Después del empate a 3 en el Camp Nou, la maquinaria de propaganda del club y los poderes fácticos se pusieron a remar todos a una. Curiosamente, de nuevo contra el Nàstic, desde los marcadores de los aledaños del Bernabéu hasta los programas de radio nocturnos, pasando por los diarios y las teles, se apuntaron al ya célebre "Juntos podemos". Desde entonces, y aprovechando la descomposición galopante del Barça, la presión se fue haciendo cada vez más fuerte, instaurando de nuevo la madriditis en un equipo sumido en una guerra civil de dominio público. La "Cofradía del Clavo Ardiendo" de "As", o el "Espíritu de Tenerife" de "Marca", eran el pan nuestro de cada día hasta que llegó lo insufrible para un corazón azulgrana: Calderón, Esperanza Aguirre, Guti, Roberto Carlos y compañía encaramados a la Cibeles.


Si no fuera porque hace más de sesenta años que está criando malvas, Joseph Goebbels estaría contento. Hacía años que no asistíamos a una demostración práctica tan contundente de su frase más famosa: "Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad". Visto el éxito de la campaña madridista, Ángel Acebes y Pedro J. Ramírez podría tomar nota. Si en vez de repetir su cansino "Ha sido ETA" en el diario "El Mundo" se dedicaran a controlar la prensa deportiva, hasta el mismísimo Yosu Ternera se entregaría arrepentido en la Audiencia Nacional, afirmando, además, que mató a Kennedy y a Julio César. Sería más fácil que ir buscando cintas de la Orquesta Mondragón y Tytadine por los sumarios del 11-M.


miércoles, 20 de junio de 2007

Diògenes




Ha de ser molt dur ser reporter del programa "España Directo". Admiro aquest nois, de debò. Posar-se davant de la càmara a retratar el reguitzell de festes populars, receptes de cuina i denúncies estúpides de quatre veïns que es porten malament mereix un reconeixement. I més, pel sou que cobren (no s'enganyin, aquest alots i alotes treballen per a MediaPro, aquest gran tirà de la comunicació espanyola) i perquè sempre han de fer bona cara.


Al principi, tenien una vida més o menys tranquil·la: colles de iaios alegres que ballaven a les revetlles, mestres artesans que explicaven com fer esclops de fusta, o membres d'associacions protectores d'animals denunciant l'estat de saturació de la gossera de torn eren els seus companys de feina habituals. Però és clar, fer un programa diari requereix un esforç d'imaginació que, arribats a cert punt, supera la capacitat de qualsevol cervell humà. I, si m'apures, del ja mític "Deep Blue", aquell superodinador mandrós que només fa que jugar als escacs.


D'un temps cap a aquí, aquest programa ha adquirit la virtut d'elevar a reportatge televisiu el que fins ara no passava de ser la típica tonteria que comenten dues "Marujas" quan es troben per comprar el pa. L'altre dia, per exemple, vaig veure un reportatge de 4 0 5 minuts sobre un gos que vivia tancat a un àtic perquè el seu amo no el treia a passejar. Es veu que l'animal, de tant en tant, bordava (ja ho tenen, això, els gossos) i molestava els veïns. Doncs bé, TVE, hi va desplaçar un equip de reporters per investigar a fons un misteri d'aquesta magnitud. Apassionant.


La cosa, però, no s'acaba aquí: l'última moda al programa, en un acte sense precedents ni vergonya de mobbing, és enviar els seus reporters a les cases de gent que pateix la síndrome de Diògenes, ja sabeu, aquella mania d'acumular porqueries a casa. Els pobres malalts acostumen a ser gent gran que pateix severs problemes mentals i que sovint frega l'Alzheimer. Els pobres desgraciats, armats amb un micro i un mocador a la boca, examinen cadascuna de les estances del pis en qüestió per ensenyar a tota Espanya que hi ha gent aficionada a col·leccionar merda. I tot, repeteixo, per un preu mòdic.


"España Directo" s'ha convertit en una bona metàfora de la televisió actual: una gran col·leccionista de merda. De tots els gustos, colors i tamanys, però merda al cap i a la fi. Gent com Jaime Cantizano, Ana Rosa Quintana, Gonzalo Miró, Jesús Vázquez, Paula Vázquez i Anne Igartiburu, per posar-ne quatre exemples, s'han convertit en autèntics malalts amb la sídrome de Diògenes. Com els iaios d'"España Directo", pateixen els mateixos símptomes: viuen sepultats en fems, però ells, curiosament, no en senten la pudor.

lunes, 11 de junio de 2007

De Dioses y niños



Estaba tumbado en la cama, sudando. Apenas tenía fuerzas para moverme y me ardía todo el cuerpo. No podía tener más mala suerte. No hacía ni una semana que se había acabado el colegio y, justo cuando estaba a punto de empezar la vida de verano (calle, calle y más calle, con los amigos del barrio), había caído enfermo. Los síntomas fueron claros y contundentes: mi cuerpecillo de siete años había cogido el sarampión. Lo peor de todo fue que no estaba vacunado y lo que en la mayoría de los casos se convierte en una semanita de trámite, para mí fue un verdadero infierno. La fiebre me machacaba. Deliraba, estaba ido. Fue entonces cuando vi a Dios.


Ya le conocía, le había visto muchas veces antes. Recordaba, incluso, haber cantado un villancico en su honor en catalán, con la letra adaptada para rememorar su paso por la ciudad. Pero fue aquel 22 de junio de 1986 cuando se me apareció en mi habitación para regalarme una visión que nunca olvidaré.


Dios se manifestó en una televisión Inter de catorce pulgadas, de antena de cuernos y de blanco y negro, claro, que para eso estábamos en los ochenta y en una casa trabajadora. Mis padres me la instalaron en la habitación porque ni al borde de la muerte -o eso creía yo- estaba dispuesto a perderme el Mundial de fútbol.


Drogado hasta lo que el organismo de un chaval puede aguantar, le pedí a mi madre que encendiera la tele. En la cama, a mi lado, descansaba el álbum Panini que poco a poco se iba llenando de caras de mis ídolos. Mi santoral particular. En sus páginas anotaba, con pasión, precisión y una letra horrorosa, todos los resultados en el cuadro del torneo. Ese día tocaba cuartos de final. Partidazo.


Lo que pasó después lo sabe todo el planeta. Aquel personaje pequeñito, cabezón y un poco rechoncho fue capaz de tomarle el pelo a todo el mundo con un salto imposible y una mano milagrosa, capaz de hacer enmudecer a reyes y reinas. Era trampa, pero una trampa tan bien hecha... No contento con eso, luego se inventó la jugada más bella de la historia del fútbol. No hace falta que la describa, la habéis visto 10 millones de veces.


Aquel día pensé que lo que había visto era producto de la fiebre. Era imposible que aquel gitanillo hubiera sido capaz de dejar tirados a aquellos tiarrones ingleses con la misma facilidad con la que los niños de tercero nos driblaban en los partidos del patio. Imposible... Sólo había una explicación posible. Dios era zurdo y se llamaba Maradona.


Han pasado ya 21 años. Aquel niño creció (poco, a su pesar) y luego conoció a los otros Maradonas: el furioso en Italia'90, el drogadicto, el patético y pesado jugador del Sevilla, el frustrado de USA'94, el más patético todavía jugador de Boca (aquella cresta amarilla era el colmo del mal gusto), el obeso balbuceante, el moribundo, el inmortal... pero ya no eran Dios. Dios es ese señor en blanco y negro que me regaló su magia para mí solo, en una tele cutre, un día de calor infernal. Por siempre, Diego. Gracias.





lunes, 4 de junio de 2007

Mi amigo el boquerón




Tengo un amigo que lo tuvo todo. En otros tiempos, tenía todas las mujeres que quería, y muchas más. Hasta las tenía que descartar, el hombre no nada a basto: rubias cañón, morenas con cara de muñeca, pelirrojas aniñadas... era el Rey, con mayúsculas. El campeón contra las manchas.

Sin embargo, un buen día, su suerte cambió. Entró en crisis económica y, a la par, le empezaron a surgir competidores por todas partes, como en una versión perversa del Efecto Donettes. Todas sus conquistas, una tras otra, empezaron a abandonarle. Su índice de popularidad caía en picado, mientras él y sus más allegados buscaban soluciones al problema.

La rubia más potente se fue con un señor calvo y bajito que, para más inri, siempre iba vestido con la misma camisa ridícula de propaganda. La morena más guapa de todas, la que no fallaba ningún sábado por la noche, se fue, curiosamente, con otro señor calvo y de vestuario ridículo, pero además negro. Y las conquistas más apetecibles, las top models que sólo se consiguen una vez cada dos años, le dejaban de lado para venderse al mejor postor. Mi amigo, con su mermado bolsillo, ni se atrevía a invitarles a una copa en el cortejo previo a la cópula.

Pero mi amigo es optmista por naturaleza. Pese a las adversidades, consiguió mantener a una de sus conquistas. No era la más guapa, desde luego, ni tampoco era la más joven, ni la que tenía el mejor cuerpo, pero al menos, era la suya. Desde el momento en que le arrancó la promesa de fidelidad durante unos cuantos años, mi amigo se volcó en ella, se agarró al clavo ardiendo, a la segunda oportunidad que la vida le ofrecía.

El problema es que mi amigo, en un ataque de patetismo, empezó a vacilar más de la cuenta de lo guapa que era su chica, de lo buena persona que era y de lo bien que funcionaba en la cama. Al principio lo entendí, lo toleré, pero la cosa se desmadró. Primero, comenzó a hablar de ella a todas horas, sin que nada le diera pie a ello. Y luego, un día mi amigo decidió que cada lunes, al explicarme cómo le va la vida, me contaría cuántos polvos le había hechado a su chica, de qué manera y el porcentaje de satisfacción que le había proporcionado. Mi amigo cruzó la delgada línea roja y se convirtió en un pesado que, en un intento de autoconverse de que posee lo mejor, machaca a los demás de una manera insoportable. Mi amigo, como dicen en mi barrio, se convirtió en un boquerón.

Hoy es lunes, y mi amigo lo ha vuelto a hacer. Y por lo visto, este fin de semana le ha ido mejor que nunca. Pero ya no puedo más. Ya no lo soporto. Dejaré de ver a mi amigo y si me encuentro con su chica, cambiaré de acera. La tengo atragantada, aunque la pobre mujer no me haya hecho nada.

Mi amigo se llama Jesús Álvarez, es el presentador de los deportes del Telediario de TVE y su novia es el Mundial de Motociclismo. Me parece muy bien que, después de perder la Fórmula 1, la Liga de fútbol y los Mundiales, le quieran dar más vidilla al tema, pero de ahí a convertirlo en el tema estrella de la sección hay un mundo. Y estoy hasta las narices de que cada lunes repase, en medio del Telediario, las audiencias que ha cosechado cada una de las tres carreras que han retransmitido. Eso no es noticia. Es un intento patético de sacar pecho y reafirmar la autoestima de una cadena cada vez más cutre. Si cunde el ejemplo, ya me veo a Iñaki Gabilondo comentando cada miércoles el share de House en su soporífero informativo. O a Ramon Pellicer, con su flequillo impecable y su bronceado de Solmanía, anunciando solemnemente cada martes que Vendelplà superó la cada la cada vez más baja cuota de pantalla de su cadena, La Teva.

Basta ya de boquerones. Las notícias, para el informativo. El autobombo y las promociones, para las pausas publicitarias, al lado de Anne Igartiburu y su Marina D'Or y de Camacho y su Polaris World.