martes, 28 de agosto de 2007

La desgràcia



Hi ha coses que no s'entenen. No és el primer, i, malauradament, no serà l'últim, però el cas d'Antonio Puerta torna a plantejar com és possible que esportistes d'elit puguin morir fulminats en un camp de futbol sense una explicació aparent.


Dissabte, sopant amb la meva família, vam veure en directe el desmai del jugador del Sevilla. "Normal", vaig pensar jo, "amb la calor que deu fer al Sánchez Pizjuan, a qualsevol li dóna un yuyu d'aquests". Quan es va incorporar, renegant, ja no li vaig donar més importància al tema i vaig seguir gaudint d'una vetllada animada al voltant de la taula dels meus pares.


Des de llavors, he seguit el cas amb especial aflicció. Ja feia un parell d'anys que aquest jugador em cridava l'atenció. Com a futbolista frustrat, no podia evitar sentir debilitat per un home que ocupava les posicions de lateral o interior esquerre amb la classe i solvència que a mi m'hagués agradat tenir dins d'un camp de futbol, en les mateixes zones. La seva estètica, com de mosqueter, també em va atraure; era com un animal estrany enmig de la gran passarel·la de psudomodels, tenyits, extensions i pentinats estrafolaris en què s'ha convertit la Primera Divisió. Se'l veia un tio autèntic. Futbolista i prou.


El seu gol a la semifinal de la UEFA em va fer treballar més del compte aquella nit d'ara fa un any i mig, però no l'hi vaig tenir en compte. Com tampoc vaig parar massa atenció al titular obvi del Marca: "Por la Puerta Grande". El dia que vaig anar a cobrir el Sevilla-Nàstic al Pizjuan, me'l vaig trobar a l'accés a l'estadi. Estava lesionat, i anava a veure el partit amb la resta dels seus companys no convocats. Es va aturar a parlar amb tothom que el requeria. Aquell dia em va acabar de convèncer. No m'havia equivocat, era davant d'un noi que valia la pena. Em vaig fer de Puerta.


Des de llavors, com a bon esquerrà que era, vaig desitjar veure'l amb la samarreta del Barça algun dia. Malauradament, ja no podrà ser. Com tampoc podrà seguir regalant-nos futbol, o, el que és pitjor, com tampoc no podrà conèixerel seu fill, a qui encara li queda un mes per néixer. Porca misèria. Puta vida.


No m'ho explico. El noi, de només 22 anys, ja havia patit desmais anteriorment, i els serveis mèdics del Sevilla i de la selecció espanyola no van ser capaços de detectar-li cap mena d'anomalia. Com tampoc se li havia detectat res estrany a Marc-Vivien Foe, aquell camerunès que va morir ara fa quatre anys a una estúpida Copa Confederacions a França. O a Miklos Feher, l'hongarès del Benfica que va caure fulminat en un partit de Lliga. O realment la seva desgràcia era inevitable, o el món del futbol no és tan professional com sembla. Espero que no es repeteixi mai més una cosa així. Perquè avui, a més de 1.000 kilòmetres de distància, estic trist per la mort d'un home que admirava sense conèixe'l. Perquè trigaré molt de temps en veure aquella elegància, aquella eficàcia, aquella classe, aquella figura atlètica, en una banda esquerra. Perquè no és just que algú tan jove mori, gairebé davant de mig món, sense possibilitat de fer-hi res. Adéu, Antonio. I gràcies per tot.

martes, 14 de agosto de 2007

Lluvia de estrellas



No se dejen engañar por la imagen. Yo era joven, inexperto. En el fondo, no sabía lo que me hacía cuando, aquel día de mayo de 1995, quedé con mis colegas del barrio para ir a ver el entreno del Barça.


-¡Vamos, tíos, que dentro de poco ya no podremos ver a Koeman, que he leído en el Sport que se va a final de temporada!


Con esa frase vencí la resistencia de mis amigos y nos dirigimos hacia la parada del 43, que, tras atravesar toda Barcelona (no es broma, desde el límite con Sant Adrià de Besòs hasta la frontera con L'Hospitalet de Llobregat) nos dejaría allí donde entrenaban nuestros ídolos de aquel Dream Team en estado de rápida descomposición. Armados con una libreta y un bolígrafo cada uno, Xavi, Paco, Marc y yo (se hace difícil no escribir El Xavi, El Paco, El Marc, en el barrio no nos faltaba nunca el artículo) nos disponíamos a despedirnos del ídolo de Wembley, esa especie de Tintín zampabollos que nos enseñó a ejecutar faltas y penalties desde la tele.


Recuerdo aquel entreno como una reunión de colegas, o poco más. Casi no había gente (nada que ver con las carreras histéricas que cada día se empeñan en enseñarnos los bloques de deportes de los informativos) y los jugadores, cansarse mucho, lo que se dice cansarse, no lo hacían, desde luego. Rondos, partidete y poco más, mientres El Flaco, sentado encima de un balón, con la mirada ausente, hacía ver que supervisaba los ejercicios. Era el ocaso de su etapa como entrenador blaugrana.


Terminó la sesión. Como era en los campos anexos al Mini Estadi, los jugadores tenían que ir a pie, por la calle, hasta el Nou Camp, para encontrar el túnel de vestuarios -otra cosa impensable, hoy en día: ¿se imaginan a Eto'o y Ronaldinho vestidos de corto, esperando para cruzar el semáforo de Arístides Maillol?- y era entonces cuando nosotros, junto a un nutrido grupo de chavales que habían llegado a última hora, esperábamos ansiosos capturar alguno de nuestros trofeos en forma de garabato en un papel.


Koeman pasó de largo, casi al esprint, si es que ese señor llegó a esprintar de verdad en su vida. Ni nos miró. Los chavales nos quedamos con cara de tontos, boli en mano, sin saber qué hacer. ¡45 minutos de autobús para esto! Entonces vimos como, a paso relajado, se acercaba otro de los grandes reclamos de aquel equipo. La prensa hablaba maravillas de él: era joven, agresivo, con calidad y clarividencia. Era un cruce Laudrup y Sotoichkov, pero con más clase. Capaz de sacarse un pase imposible de la chistera, o de poner el balón en la escuadra rival sólo con proponérselo. Era, según nos contaban los diarios, el crack del próximo siglo. Y lo mejor de todo era que no llegaba a los 20 años. Era Iván De La Peña. El Pequeño Buda.


Los chavales nos miramos, emocionados. En un segundo, le rodeamos por completo, mareando con peticiones de fotos y autógrafos a aquel joven con cara de haberse peleado con el mundo. Pasó de largo con los más mayores y únicamente se dedicó a atender a los más pequeños, cosa que me indignó. En un ataque de valentía único en mi vida (saben los que me conocen que soy más bien dado a agachar la cabeza y a la resignación cristiana), le entregué la cámara a Paco y le dije:


-A mi señal, dispara. Yo me llevo una foto del De La Peña como sea.


Dicho y hecho. Me coloqué a medio metro del ídolo culé, que seguía repartiendo firmas a los mocosos, y desde esa distancia prudencial, arqueé mi brazo para hacer ver que le estaba abrazando.


Como habéis podido comprobar, la foto no acabó de salir bien. Primero, por mi cara de auténtico y genuíno adolescente gilipollas. Y segundo, porque en el momento de disparar la foto, Lo Pelat se dio cuenta del truco. Véase la vena de la frente, inflada como un frankfurt, para tener constancia de ello. Borracho de gloria, y confundido por la osadía que acababa de cometer, salí disparado fuera del recinto del Mini. Tuve suerte, metros más allá pude conseguir los autógrafos de Eskurza y Sánchez Jara.


Iván De La Peña, como todos saben, fracasó en el Barça (dos veces), en el Calcio y en la Liga Francesa, a pesar del boom mediático y de los millones de titulares sobre su supuesto fútbol-arte. Sólo en un equipo pequeño, como el Espanyol, consiguió cierta regularidad, que no capacidad de liderazgo (Tamudo y Luis García le dan mil vueltas, con menos prensa) y, por supuesto, la bula necesaria para desplegar su vagancia sin temor a represalias. Hagan la comprobación: siempre está lesionado para la pretemporada, con curación milagrosa cuando se acerca el inicio de la Liga. Aún con 30 y tantos, y después de una carrera de decepciones, le cae alguna glosa en forma de titular o reportaje. ¿Increíble? No tanto.


Y es que, lamentablemente, pasan los años y muchos de los adolescentes de entonces seguimos siendo esos pequeños hooligans capaces de dejarnos deslumbrar por cuatro titulares de prensa y dos artículos tipo: "Fulaninho, ésta es su vida", que nos pintan a cualquier jugador de fútbol recién llegado al club de nuestros amores como el Futbolista Total, además de próximo candidato al Nobel de la Paz y de Literatura a la vez. Si algo nos ha entrado por los ojos, muchos deméritos tiene que hacer sobre el terreno de juego para que cambiemos nuestra opinión. Aunque (y aquí os propongo el juego), aquí va una lista de estrellas estrelladas que llegaron a precio de marisco y se fueron con peste a sardina caducada:


-Javier Saviola: El Pibe que nos tenía que salvar del apocalipsis gaspartiano acabó conviertiéndose en una sanguijuela imposible de extirpar. Después de dos cesiones discretas, se fue tras absorber hasta el último euro de su suculento contrato. Su próxima víctima: el Real Madrid. Pobrecitos.


-Román Riquelme: Hay que estar ciego para creer que un autista consentido y vago puede llegar a ser el líder de un equipo europeo. En Boca le dejaban hacer lo que quería; en Can Barça tardaron poco en darse cuenta de que les habían vuelto a estafar; en Vila-real todavía recuerdan sus caprichos, su poca entrega... y el penalty que le paró Lehman. Vaya líder.


-Patrick Kluivert: Sus dos primeras temporada en el Barça fueron buenas, pero su afición a la noche le convirtió en otro parásito del vestuario. Eso sí, era guapo, con estilo y chapurreaba el catalán. Malvive en el PSV como suplente del suplente.


-Marc Overmars: A tenor de lo publicado en el verano del 2000, parecía que lo de Figo con el Madrid había sido incluso un buen negocio para el Barça: llegaba el extremo definitivo, con más gol y más capacidad de desborde que el portugués. Estuvo más tiempo en la enfermería que en el campo. Se retiró cuando le negaron la oferta de renovación.


-Emmanuel Petit: Pero qué guapo era... y poco más. El que se vendió como el verdadero cerebro en la sombra de la Francia bicampeona resultó ser un mediocentro lento, tímido y con pinta de actor porno. Rodó un anuncio de champú.


-Winston Bogarde: Por fin, el defensa que el Barça necesitaba. Alto, fuerte, de escuela de toque (venía del Milan, formado en el Ajax), este tipo, según los medios, iba bien de cabeza, podía subir al ataque e iniciar la construcción de juego. Este clon de Averel Dalton en negro acabó siendo el hazmerreír del Camp Nou.


-Dragan Ciric: Era el antídoto culé a Pedja Mijatovic, pero acabó convertido en el pobre que lleva los conos y las pelotas en el entreno. Este yugoslavo de ojos achinados acabó enquistado en el Valladolid, donde dio tardes (dos, concretamente) de gloria.


-Ángel Cuéllar: Para que no digan que sólo critico el producto extranjero. El Betis nos vendió gato por liebre con este delantero que parecía Maradona con peinado de emperador romano y que resultó ser otro jarrón de cristal más en la larga historia de Can Barça. Años después, Don Manué nos la volvería a meter doblada con Alfonso.


-Romerito: Otro de los supuestos salvadores de la causa blaugrana que llegaron del otro lado del Atlántico. Su nombre torero y su escasa habilidad en el campo le convirtieron rápidamente en blanco de las bromas del respetable. En el Camp Nou, la gente todavía sonríe si dices Romerito.


-Mark Hugues: Tenía que ser el complemento perfecto al gran Lineker, pero su estilo primitivo le impidió adaptarse al equipo. Se fue con más pena que gloria, aunque eso sí, se tomó su buena revancha en la final de la Recopa de Rotterdam, jugando para el United.


En fin, la lista es interminable, no como mi tiempo. Por eso os invito a seguir el juego. Adelante: un, dos, tres... responda otra vez.